Desde que la educación existe como tal, pocos han sido los osados que se han atrevido a remodelarla, a cambiarla o, simplemente, a verla bajo otro punto de vista. Es por ello que la educación sigue planteada de la misma manera en la que se creó, en unas aulas con todos los pupitres separados por filas dispuestos en dirección al docente de tal manera que no se produzca una bidireccionalidad en la comunicación entre profesor y alumnos y entre los propios alumnos, basada en un temario que configura los cursos escolares establecido a nivel nacional para todos los alumnos por igual y con una ideología impuesta a los docentes que dictamina que todos y cada uno de los alumnos deben alcanzar los objetivos establecidos por ley de la misma manera y en un mismo tiempo determinado.
Aquí comienza nuestro reto como profesores, debemos derribar los gruesos pilares que forjan la educación actual para empezar a construirla de nuevo bajo unos nuevos valores, unas nuevas metas y unos nuevos ideales. Debemos construir una escuela en la que reine la inclusión y la integración de todos sus componentes, tanto docentes, como familias, como alumnos, una escuela que comprenda que no es una fábrica de la que deban salir todos sus alumnos idénticos como si de moldes se tratara, una escuela que apueste por la diversidad de sus alumnos y por una educación igualitaria diseñada particularmente para todos ellos, una escuela que se construya entre todos, una escuela que crea que en las diferencias se hallan las virtudes más valiosas.
"Por una escuela inclusiva, en donde lo diferente encierra grandes oportunidades de aprendizaje".
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